En un acto de rebeldía, sufro el secuestro de las teclas de mi máquina de escribir. Ofendidas por mi alarmante falta de ingenio, y en un acto de misericordia literaria, la rebelión se propaga a golpe de tecla: tac, tac, tac. Una tras otra van guardando obstinado silencio a medida que la voz se propaga y las incendiarias proclamas se van extendiendo en un rumor de letra-oreja.
Cada día son más las teclas que me niegan su pulsión. Y me enfrento a la tarea de componer palabras, frases e ideas con el apoyo único de ciertas irreductibles grafías. La simpática
a aún me asiste, con amoroso afán. La inquieta e irreductible
i descubre su
punto flaco, y se ve obligada a
acentuar perpetuamente sus infinitas e insensatas apariciones. El divorcio de la
ch conduce a un irremediable litigio judicial que da pie a jocosas bromas (que no chistes, chanzas ni rechuflas, que sería ya recochineo). Y no recuerdo qué ha sido ya de la irreverente y reiterativa
r; que ha recorrido un gran trecho para renegar sin remedio de este reducido, recóndito e irreductible reducto. Y, sin
g no hay
punto final para que este galimatías sea del gusto y agrado de su genuflexivo gestador.
Echémosle, pues, imaginación.
Porque, _eco_dad: _o s_n let_as _as
q_e fal_an; es _l in_enio