lunes, 11 de octubre de 2010

4. Colofón

Un murmullo recorrió la sala. Las palabras, que flotaban aún sobre la audiencia, perdieron de súbito su brillo; ese aura resplandeciente que instantes atrás atraía la atención de la hipnotizada multitud, como polillas atraidas por la luz de una bombilla.

Pero, tras un destello cegador, la luz mudó en miles de fragmentos de cristal que laceraron sus corazones. Y las palabras brillantes tornaron primero opacas, y después transparentes, mostrando su verdad, vana y vacía.

Ese fue el fin del dueño de las palabras. El hombre hecho a sí mismo. La gran esperanza blanca. El profeta anhelado, cuyo discurso embriagaba conciencias y arrastraba voluntades.

Su meteórico ascenso terminó ese día. El día que alguien le robó las palabras.