De entre la previsible interpretación de la sinfonía surgió, como quien no quiere la cosa, una nota discordante. El director, alarmado, arqueó la ceja izquierda y, disimuladamente, endureció la mirada en busca del culpable. Al tiempo, aumentó el brío con el que enérgicamente sacudía su varita, tratando de devolver la pieza musical a la dictadura del compás.
Pero resultó ser...demasiado tarde. Ya había cedido el oboe a su pasión por las disonancias, trasponiendo a graves alturas desde las que divisar horizontes más lejanos. Los violines habían arrastrado a toda la sección de cuerda a furiosos pizzicatos, en los que se disipaba su juvenil energía - tanto tiempo constreñida a las lineales convenciones del pentagrama. El arpa había comenzado a ligar notas y silencios con maestria, entretejiendo cuerdas para envolver al público en una malla de efervescentes sensaciones. Las trompetas habían tocado a rebato, arrancando matices armónicos nunca antes escuchados y destinados a elevar la temperatura ambiental de la enorme sala. Y el percusionista había iniciado un febril descenso a los infiernos, rendido a la apasionada lujuria de los ritmos tropicales y sus contratiempos.
Sonó, de fondo un piano. Y su melodía dulce se elevó sobre la frenética amalgama. Todos callaron, todos escucharon. Corolario perfecto; epílogo para una historia de cuento con la que arropar un sueño.
Gasolinera Santo Tomé (Á.S.M.-15)
Hace 3 días