miércoles, 8 de octubre de 2008

LLuvia

Domingo. Atardecer. Primero fue una gota, a la que siguió otra, y otra más. Lo protegían del frío y de la lluvia una gruesa chaqueta y un ligero chubasquero. Se subió la capucha y se la ajustó. Dejo que le llegase el olor a piedra húmeda. Los adoquines se transformaron en espejos, que reflejaban la luz de las farolas y le devolvían un mosaico multicolor.

Se dejó llevar, y deambuló por las calles. Reconociendo rincones ya conocidos, redescubriendo otros. Y la vió. Caminaba con decisión, bajo la fina lluvia. Pero sin prisa. Saboreando la sensación de frescor en el rostro, del cabello mojado pegado a las sienes. Llevaba un jersey verde, y una camisa blanca por debajo que asomaba por encima del pantalón. Se miraron fugazmente, y cada uno siguió su camino.

Él siguió deambulando. Atravesó una, dos tres calles, giró una esquina... Y volvió a encontrársela. Apenas se miraron esta vez, tal vez por la sorpresa, tal vez por lo incómodo de sentirse acechador del otro, aún de modo inconsciente.

Continuó su paseo. Calles separadas. Pero encuentro inevitable, el tercero. Condenados a no separarse.Se reconocieron mutuamente. Ninguno iba a ningún lugar; ninguno buscaba nada. Sólo dejarse llevar. Y es que todos los que se dejan llevar terminan, siempre, en el mismo lugar....




No hay comentarios: